Miro a través de la ventana y siempre veo lo mismo, la ciudad de asfalto y ladrillo alzándose cansada, desvaída, sin pulso. Es como si la propia monotonía le hubiera robado el espíritu poco a poco, dejando una fachada triste y apagada. La rutina, o quizá mejor aun, la indiferencia es la nota dominante en las ciudades, donde todo el mundo parece ser impasible, sumergido en un torbellino de prisas y agobio
El mundo cambia ahí fuera, y todo pasa desapercibido para las personas, que sumergidas en su propio mundo, sobrellevan su rutina sin la mas mínima variación, contentas con pasar un día mas en su mundo, sin estímulos ni aspiraciones y justo...cuando tenemos más posibilidades de conocer otras cosas, es cuando mas nos encerramos en nosotros mismos, sin ver mas allá todo lo que el mundo puede ofrecer, y todo lo que se puede alcanzar con solo extender la mano...
La lluvia cae y nadie lo nota, como golpea con fuerza las ventanas de los hogares, el aire sopla con frescura agitando los arboles mientras el agua de la calle lo arrastra todo a su paso, y por un momento se respira una efímera sensación de cambio, de vida que hace que todo sea nuevo antes de mancharse de la pesada rutina diaria. En ese momento puedes abrir las ventanas y sentir el aire puro, respirarlo con una inmensa bocanada o salir a la calle y sentir el agua en tu cara y si decides hacerlo, cuando salga el sol, sentirás que aun se puede cambiar todo...
Nunca hubo mayor lacra que la de no aspirar a cambiar las cosas a mejor